José Ángel Parra
27, junio 2022 - 4:17
MEMORABILIA
Ocurrió hace muchos ayeres. Cruz Azul había disputado la final de la temporada 1988-89 y las sensaciones eran muy buenas. El clásico joven, contra América, permitió a los celestes apreciar de cerca la corona, gracias a la magia de Patricio Hernández. Era cuestión de hacer algunos ajustes para resucitar a la poderosa Máquina setentera.
La dirigencia pensó que con repatriar a Luis Flores, procedente del Valencia, bastaría para consumar el logro. Después de caer, en la doble contienda en el estadio Azteca, ante las Águilas, los hermanos Álvarez imaginaron que el Pato, a la larga, los guiaría al título, y le aflojaron la chequera. Pero no contemplaron un detalle…
Pedro Duana, Porfirio Jiménez y Armando Romero fueron los obreros de esa media cancha ochentera. Gracias a su esfuerzo en la recuperación habían sabido darle balones a modo al talentoso 10 argentino, quien aprovechó el impulso para encumbrar al grupo en dicho torneo, luego de un titubeante inicio bajo la gestión de Manuel Lapuente. Con Mario Velarde en el timón, los cementeros se encarrilaron y arribaron a la citada final con autoridad.
Tras la derrota ante América el club le dio todo al Pato para la campaña 1989-90, pero cuando Duana, Jiménez y Romero se acercaron a pedir su recompensa, tuvieron que firmar “ahorcados”. El divorcio con la directiva se trasladó a la cancha. Los tres dejaron de surtir balones a Patricio, y éste desapareció del campo. Desesperado, intentó picar piedra. No era lo suyo.
Peor aún, para esa temporada Hernández recomendó a su paisano Pablo Erbín. Un encontronazo de él con un canterano, en la práctica, terminó por romper el vestuario. Luis Flores, recién llegado, dijo que los mexicanos no se iban a dejar. Lo que parecía una plantilla de lujo para pelear la corona, terminó en fracaso. Cruz Azul fue antepenúltimo, lejos de la fiesta.
La valoración final decretó que los años le habían pesado a Patricio, pero todos sabían los verdaderos motivos de la catástrofe deportiva. La anécdota viene a la mente en virtud de los nuevos rieles celestes. El ahora dirigente, Jaime Ordiales, atestiguó aquel traspié. Hoy puede o no inyectar refuerzos del extranjero al nuevo cuerpo técnico, mas la solución siempre estará en el vestidor. Los que hoy lo habitan saben si pueden prometerle la décima estrella a su gente.
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