José Ángel Rueda
4, noviembre 2021 - 4:48
POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA
Cuando el pitcher de los Bravos Will Smith se disponía a lanzar la última pelota, el mundo era más lento. Atlanta tenía la ventaja 3-2 en la serie. Ganaba por siete carreras en la novena baja del sexto juego. Había dos outs en la pizarra, un hombre en primera y la cuenta marcaba cero bolas y dos strikes; es decir, el final nunca había estado tan cerca y aún así la vida transitaba con una lentitud inusitada.
Smith, con el gesto reconcentrado, se paró de perfil arriba del montículo y con la zurda acarició la bola. Los aficionados de los Astros en el Minute Maid Park de Houston miraban con cara de tragedia, pero había quien no se iba, quien disfrazaba la esperanza mínima en suspiros, aunque todo estuviera en contra.
A cientos de kilómetros de ahí, en el Truist Park de Atlanta, el fenómeno era parecido, aunque el sentido era diametralmente opuesto. Ahí no había esperanza, sino temor de que la gloria se escapara de las manos. Y el estadio repleto contenía el festejo para no llamar a la desgracia, aunque todo estuviera a favor.
Es lo que tiene el beisbol, que no se rige por un tiempo determinado, sino por lo que se alcanza a hacer mientras haya vida; es decir, todo cabe en ese rato que supone la agonía. Entonces Smith soltó el brazo, y aprovechó la condición de condenado de Gurriel para sacar una recta que el cubano descubrió tarde, y en el afán de evitar el strike sacó un roletazo que fue parar a la posición de Swanson. Ahí, aunque menos, la vida seguía siendo lenta. Y la esperanza de los Astros se desvanecía pero algo de murmullo quedaba a la espera del error. Lo mismo en los Bravos, que, como quien huye de una maldición, seguían sin darle rienda suelta al festejo. Y no hubo error, sino un disparo preciso a primera base donde Freeman esperaba atento para hacer bueno el out definitivo.
A partir de ese momento el tiempo recuperó su vértigo, como si de golpe explotara la burbuja que protege la magia del diamante. Y las gradas del Minute Maid Park se quedaron vacías, dominadas por un silencio más real y demoledor que el de los instantes previos. Y en el Truist Park se escuchó el estruendo, la energía acumulada de 26 temporadas sin sentir el poder de una victoria.
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