José Ángel Rueda
13, enero 2022 - 6:00
A veces pasa, no siempre, que la literatura y la realidad se encuentran: quiero decir que se encuentran de forma inmediata, que lo que uno lee minutos antes de pronto sirve para explicar el presente. La historia viene del domingo pasado, mientras veía el último partido de la temporada regular de la NFL.
Antes de que arrancara el encuentro estaba leyendo la novela “Un viaje a Salto”, de la poeta uruguaya Circe Maia, y en algún pasaje de esa historia entrañable, la protagonista narra el concepto de la segunda dimensión. Es decir, en el primer plano están unos niños que juegan, ella los ve, escucha el bullicio, pero todo en una realidad superficial. En la otra realidad, acaso más verdadera, está su marido preso en los tiempos de la dictadura, en un plano capaz de condicionar todo su mundo.
Salvando las distancias y el respeto que impera en una situación como esa, el concepto de la escritora funciona para explicar algunos pasajes de la vida. Por ejemplo, todos hablan del dramatismo de ese último partido entre Raiders y Chargers, ese partido en primer plano, alimentado por una segunda dimensión mucho más real, capaz de condicionar la primera, como el hecho de que el futuro de los Steelers dependiera de un resultado tan poco común en el futbol americano como lo es el empate.
El partido en Las Vegas fue dramático en sí, en una demostración de que la NFL, con la suma de sus anotaciones (7+3), siempre está propensa al drama, a la voltereta en los últimos segundos, a la distancia que evocan las yardas y que de alguna manera se asemeja a las guerras, donde había que ir conquistando el territorio enemigo mediante el engaño y la estrategia.
Pero cada que esa primera realidad sufría un giro dramático, una nueva sacudida llegaba con la irrupción de la segunda, acaso más fuerte. Y el empate no sólo representaba un tiempo extra que alargaría la decisión para dos equipos, sino que había un tercero en discordia que había pasado todas las aduanas del milagro, y sólo necesitaba que alguien ganara para completarlo.
Pero nadie ganaba, y cada cuarta oportunidad que Herbert era capaz de completar no sólo mantenía con vida a su equipo, sino que mataba algo del otro, no del que tenía enfrente, sino del que esperaba. La NFL se graduó este domingo en su afán de convertir el espectáculo en deporte, o el deporte en espectáculo, según la realidad en la que se viva.
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