Eduardo Brizio
11, octubre 2019 - 0:20
Son casi imposibles de cambiar
Por esas cosas que tiene la vida, en una ocasión el destino llevó a una cuarteta de silbantes mexicanos a pitar una eliminatoria de Copa del Mundo, rumbo a Corea-Japón en aquel lejano septiembre del 2001.
La cuarteta estaba comandada por mi gran amigo, Felipe de Jesús Ramos Rizo, Rafael Herrera y Paquito Ramírez fungirían como asistentes de línea y quien hoy escribe para ustedes se desempeñaría como cuarto oficial, cuarto hombre o “cuarta hembra”, como ustedes prefieran llamarle.
El encuentro se efectuaría en la legendaria Bagdad, a orillas del Río Tigris en donde Irak sería anfitrión de Irán, un duelo que sacaría chispas, en donde los visitantes se impondrían por la mínima diferencia con un arbitraje de excelencia de “el bebe de chocolate” (forma cariñosa con la que me dirijo a Felipe desde hace muchos años).
Nos consternó enterarnos que, un estadio abarrotado de aficionados se podría considerar “la isla de los hombres solos”; toda vez que, las mujeres tenían prohibido asistir a un estadio de futbol.
Todos estos recuerdos llegaron a mi mente luego de enterarme de la trágica muerte de Sahar Khodayari, una aficionada iraní que murió tras inmolarse, como protesta, al enterarse de que podría ser condenada a seis meses de prisión por haber cometido “el crimen” de ingresar a las tribunas en un partido de futbol, disfrazada de hombre.
Esta penosísima situación hizo que el máximo organismo que rige el balompié en el orbe entero tomara cartas en el asunto y evitara que en Irán se siguiera practicando tan misógina discriminación.
De modo que el pasado miércoles se trató de un día histórico para nuestro deporte; toda vez que, por primera vez por aquellos lares, se le permitió al género femenino ingresar libremente en un estadio, para poder disfrutar en vivo y a todo color de un encuentro de futbol.
Desafortunadamente tuvo que ocurrir una desgracia de tales dimensiones, para que el mundo balompédico comprendiera la universalidad del deporte.
Resultó maravilloso ver las imágenes en que se podía observar a todas ellas, agitando sus bandeas y coreando porras a su equipo; sin embargo, en una actitud retrógrada, fue necesario implementar un espacio en la tribuna, en un rinconcito, exclusivo para las mujeres, en donde, como era predecible, no podían ingresar los varones.
Por supuesto que se trató de un avance, pero costumbres tan arraigadas que, para acabarla de amolar tiene que ver con las convicciones religiosas… son casi imposibles de cambiar.
Eduardo Brizio
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