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Las reglas y los reglazos
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Eduardo Brizio

13, julio 2018 - 1:01

Las reglas y los reglazos

La Copa Jules Rimet

Llegamos temprano al Coloso de Santa Úrsula; era domingo 21 de junio de 1970, bien presente lo tengo. El partido arrancaría a las 12 horas y el problema es que éramos tres y traíamos sólo dos boletos.

Resulta que mi papá, don Arturo Brizio Ponce de León (qepd), nos había comprado la serie completa a mi hermano Arturo y a un servidor, de modo que pudimos asistir a todos los encuentros que se celebraron en el estadio Azteca, incluida la inauguración, en la que México empató sin goles frente a la entonces Unión Soviética.

Igualmente disfrutamos del “partido del siglo”, en donde Italia se alzó con la victoria contra Alemania, para enfrentar en la gran final al Scratch du oro.

Las horas pasaban lentamente y no podíamos conseguir el boleto faltante; digo, mi hermano y yo ya teníamos el nuestro; pero faltaba el de mi jefe. “Si no podemos comprar el otro, nos decía don Arturo, ustedes entren al estadio y yo me voy a verlo en la tele” … ¡No inventes!

Los nervios me tenían al borde del colapso; siendo casi un niño, no había podido conciliar el sueño la noche anterior, soñando despierto que iba a ver jugar en vivo y a todo color a mi ídolo: Edson Arantes Do Nascimento “Pelé”, el mejor futbolista que ha existido en la faz de la tierra. Pero el chiste y la ilusión era que lo viéramos acompañados por nuestro otro ídolo, con todas la virtudes y defectos que pudo tener como ser humano, un gigante… ¡Mi papá!

De repente nos topamos con un parroquiano que gritaba “me falta un boleto de arriba”. Mi jefe le dijo: “Yo también necesito uno”, al tiempo que le proponía “echarse un volado” por el boleto ¡No vuelvas a inventar! ¡No juegues con nuestros boletos!… y bien entrón, el parroquiano aceptó.

Mi papá llamó a un policía para que diera fe de que no se trataba de un acto de reventa y voló la moneda, el parroquiano gritó “águila” y luego de interminables segundos… cayó sol.

Jubilosos corrimos los tres a lo alto del Coloso, para ver cómo la verdeamarela se llevaba a sus vitrinas… la Copa Jules Rimet.