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Mi vida sin el deporte. José Ángel Rueda
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José Ángel Rueda

29, marzo 2020 - 0:34

Mi vida sin el deporte

Eduardo Galeano y sentí-pensar el futbol

Por José Ángel Rueda

Confesaba el escritor Eduardo Galeano, hace algunos años ya, en la soledad de un escenario, durante una plática de futbol organizada por el Athletic de Bilbao, que una noche lejana le había tomado prestado a un pescador colombiano el término “sentí-pensar”. Estaban en la costa, cuando el uruguayo intentó explicar los secretos de su oficio. Después de unos segundos, el pescador le advirtió que si el lenguaje era verdadero, tenía que ser sentí-pensante. Galeano, predispuesto siempre al pensamiento futbolero, lo adaptó al juego y salió lo que salió. Qué importante es por estos días sentir y pensar el futbol. Dos cosas necesarias para comprender por qué aún cuando no hay un solo partido en la televisión, no podemos dejar de pensar en él… ni sentirlo.

Hablar de Eduardo Galeano es hablar del último gran intérprete del futbol. Con su mirada, que se asemeja a la un felino, el uruguayo fue capaz de contemplar el juego hasta descifrarlo por completo. El valor de sus letras radica en la fiel transcripción de las emociones, una labor regularmente imposible. Sabemos lo que se siente al gritar un gol, pero no podemos explicar lo que se siente al gritar un gol.

En su libro Fútbol a sol y sombra, Galeano desmenuza a través del lenguaje los conceptos más elementales del juego y todo lo que lo rodea. Desde el ídolo, aquel al que la pelota “busca, reconoce y necesita”, a la que solo él puede hacer hablar, “y en esa charla de dos conversan millones de mudos”. Ese mismo ídolo que una vez que sufre los estragos del tiempo, y se rompe, queda a merced del olvido y el escarnio público. O al árbitro, el desdichado árbitro, “el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible”. O esa tristeza absoluta tan de estos días de ver un estadio vacío, de escuchar un estadio vacío.

Decía el escritor que de niño, cuando veía jugar a Julio César Abaddie, extremo de aquel Peñarol de mediados de siglo, se prometió algún día escribir con la misma elegancia con la que él gambeteaba. La cosa no era sencilla, porque entre otras cosas, explicaba Galeano, Abaddie tenía la virtud de dejar tirados a los rivales sin tocar el balón, bien pegado a la banda, zafándose a los defensores con el puro amague. El uruguayo cumplió con su promesa, su literatura se asemeja a una gambeta que te deja tirado en el medio de campo.

Eduardo Galeano se define a sí mismo como un mendigo del buen futbol. Aquel que va por la vida buscando un poquito de magia en los campos del mundo. Sin importar el equipo o el país, aunque éste, a menudo, se trate del odiado rival.

Galeano contaba que Pelé y Maradona se morían de envidia cuando lo veían jugar. Era tanto su talento que maravillaba al mundo con sus gambetas. Aunque luego, volvía a decir Galeano, con el tono hipnótico de siempre, despertaba y se convertía en el peor pata de palo de los potreros del Uruguay. La distinción de ídolo le duraba lo que duran los sueños. Un instante breve y fugaz, pero acaso suficiente. El uruguayo supo romper la frontera de lo imaginario. Si la pelota no le hacía caso a sus pies, terminaba rendida ante sus palabras.