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Mi vida sin el deporte. José Ángel Rueda
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José Ángel Rueda

30, marzo 2020 - 1:09

Mi vida sin el deporte

Béisbol, el rey de los deportes

POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA

Platicaba con un amigo sobre cuáles han sido las suspensiones o cancelaciones de eventos que más nos han dolido en estos días. Hablamos de Tokio. Hablamos de futbol, también. Sin embargo, me dijo mi amigo, no es lo mismo que te cancelen un evento que ya está en marcha que uno que llevas esperando por meses, como el béisbol. Y lo entiendo, porque los aficionados al “Rey de los deportes” esperan mucho tiempo este momento, y que de un día a otro se esfume es un golpe duro. El éxito de los deportes norteamericanos es precisamente ése, que son por temporadas, entonces uno, el verdadero fanático, va calendarizando su vida en torno a esas fechas. No es fácil digerir los cambios. Este fin de semana, por ejemplo, ya habría béisbol de las Grandes Ligas, en cambio, como todo, tenemos tan solo el vacío.

El béisbol es de esos deportes llenos de magia, entre otras cosas, porque la carga emotiva se renueva con cada lanzamiento. Es decir, cuando el pitcher aprueba el último eslabón de una cadena de señales y lanza la bola, las posibilidades de lo que sigue son infinitas, imposible de descifrarlas. Esta situación mantiene al aficionado constantemente al borde de su asiento, o al filo de la butaca, como dirían.

Recuerdo que cuando era chico, hubo un tiempo en el que me convertí en todo un aficionado al béisbol. Eran los tiempos alegres de la primaria, yo tendría unos ocho o nueve años. En el recreo, mis amigos y yo jugábamos béisbol en el patio de la escuela. La pelota era un bote de yakult relleno de bolsas de plástico y papel del baño. Los bates eran los suéteres enrollados. Mi amigo Alejando imaginaba que era Sammy Sosa, Rubén, Ken Griffey Jr. y yo, Mark McGwire, aquel gigante de los Cardenales de San Luis. Como en la vida real, nos enfrascábamos cada mañana en un duelo apasionante de jonrones. La magia solo acababa cuando sonaba la campana, o a veces, cuando el bote que hacia de bola, iba a parar justo en la cabeza de alguien y había que correr a esconderse detrás las resbaladillas.

Nunca jugué en una liga, aunque ganas no me faltaron. Lo más cerca que estuve fue un día en el que acompañé a mi amigo Alejandro a entrenar a Liga de Béisbol Cananea, en Cuautitlán Izcalli. Esa tarde, llevaba una manopla que me regaló mi primo y una pelota de los Diablos Rojos del México que me compró mi abuelo en el parque del Seguro Social. Recuerdo que al momento de batear, sólo le atiné dos o tres veces a la bola, aunque eso sí, una se fue hasta el fondo del jardín central.

Con el tiempo me fui olvidando del béisbol, y solo fue cuando entré a trabajar al periódico que me volví a involucrar, sobre todo cuando había que cubrir los apasionantes y maratónicos partidos de la Serie Mundial. Platicando con Alfredo Valverde, el reportero de béisbol, le confesé que las veces que más tarde he salido de trabajar ha sido por culpa del béisbol. El sólo se rio, porque ya está acostumbrado. Ha habido veces, ya pasada la medianoche, que en la redacción solo quedamos él y yo, y el juego, al que solo le falta un strike, se niega a terminar, una y otra vez, como regalándonos unos minutos más de magia, y también de sufrimiento.

 

EL DATO

Cambio de planes

Se tiene previsto que la temporada 2020 de las Grandes Ligas comience a mediados de mayo, dos meses después de lo planeado.