José Ángel Rueda
22, marzo 2020 - 8:15
Los goles de Juan Villoro
En mi sueño, Juan Villoro remataba de cabeza y anotaba el gol de la victoria. No soy mucho de recordar los sueños, pero éste en particular lo recuerdo. Aunque estaba jugando futbol, llevaba puesta una gabardina café y no la playera del Necaxa o la del Barcelona, como a mí me hubiera gustado. Supongo que el gol fue de cabeza porque esa noche, antes de dormir, había leído un texto de Roberto Bolaño en el que hacía énfasis sobre la prominente estatura del escritor mexicano.
Los días sin deportes me han devuelto la manía de sacar los libros del librero. Ahora mismo tengo como 15 apilados en el buró, a un costado de mi cama. Algunos los leo, y otros tan solo los ojeo y los voy dejando ahí como para hacerme compañía. Lo estrambótico del sueño me hizo sacar los libros de Villoro, y al releerlos me dio la sensación de estar viendo un partido de futbol.
Juan Villoro interpreta el juego para luego escribirlo con un ritmo frenético. Su literatura es como un equipo que toca mil veces el balón, hasta que de pronto el genio, tantas veces esperado, llega para definirlo todo. Casi siempre ese todo se vislumbra en una frase irrefutable y contundente.
Pocos escritores en México han escrito tanto de futbol como Juan Villoro. Sus libros tienen el poder de describir la irracionalidad del aficionado, una irracionalidad justificada, desde luego, porque el futbol siempre termina por medirse en parámetros opuestos. La mesura en la grada suele ser mal vista.
En su libro Dios es redondo, Villoro parte de la idea de que el futbol tiene orígenes divinos. En él explora el mundo de la infancia, ese mundo en el que, entre otras cosas, uno tiene la importante tarea de elegir al equipo por el que sufrirá los domingos. El escritor mexicano le va al Barcelona y al Necaxa. El Barcelona es una herencia y el Necaxa una elección. Dos polos diametralmente opuestos que pocas veces en la vida coincidirán. La felicidad también suele encontrar su equilibrio.
En Balón dividido, otro de sus libros, y el cual encuentra el nombre en la futbolera y noble acción de luchar por la pelota, aún en territorios desconocidos, el escritor ensaya como artesano la actualidad de un deporte cada vez más social. Hay relatos asombrosos, en las que entreteje su narración con los hilos de la historia y el futbol.
Entre los otros ejercicios literarios de Villoro hay varios cuentos, y también una correspondencia de futbol que mantuvo con el escritor argentino Martín Caparros, durante el Mundial de Sudáfrica. En las cartas, las palabras se van escribiendo una tras otra en una cancha imaginaria. Y el deporte del hombre se convierte tan solo en el punto de encuentro de dos mentes maravillosamente futboleras.
Las historias de Villoro están construidas sobre un anecdotario inacabable. Y en días como estos, sus palabras se celebran como un gol. Un gol de cabeza, claro.
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