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Relatos de futbol. José Ángel Rueda
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José Ángel Rueda

20, octubre 2018 - 9:26

Relatos de futbol

El gol fantasma

Yo sé que hay quien dice que el gol fantasma más famoso de la historia es aquél que coronó a Inglaterra sobre Alemania, en el año de 1966. Pero si usted pregunta cualquier día en la plaza central de Acevedo, seguro que le hablarán sobre el que tuvo lugar ese domingo de noviembre, en la cancha del pueblo, justo a la orilla del río.

La gente le hablará de ese gol porque en la historia no se tiene registro de algo similar. O al menos no que sepamos por acá, que la información a veces tarda tanto en llegar que cuando lo hace en el resto del mundo ya no importa, pero por estas calles se comenta por días enteros hasta que eventualmente pasa y se va olvidando de a poco. Con ese gol, hay que decirlo, la cosa fue distinta. El tema estuvo vigente por meses, en las cantinas, en las canchas, en las escuelas, todos hablaban de aquella anotación.

La cancha del pueblo está ubicada a las afueras de Acevedo, justo entre el río Santa Teresa y el Cerro de los Muertos. Cuentan que un buen día los primeros pobladores decidieron ponerla ahí precisamente por la cercanía con el río, para que así, una vez terminado el partido, los jugadores pudieran bañarse con las aguas frescas del Santa Teresa.

El caso es que cuando decidieron instalar la cancha ahí, no tomaron en cuenta algo fundamental: la mala puntería de los acevedeños. Si yo le contara la cantidad de balones que se ha llevado el río, no me creería. Y es lógico, imagínese que sólo con tirarle un poquito desviado el balón se va al agua y luego es imposible alcanzarlo, sobre todo cuando la corriente toma fuerza y el río suena como una máquina trabajando a su máxima potencia.

Desde luego que se ha intentado corregir el problema, incluso se han colocado rejas altísimas para evitar que las pelotas caigan en esa trampa mortal, pero ya sabe cómo es el ser humano que siempre encuentra la manera de meterse en problemas. Así que pese a la altura de las bardas hay quien sigue mandando el balón al río.

Le cuento esto porque es fundamental para conocer la historia del gol fantasma. Aquella tarde de domingo, los dos equipos más importantes de Acevedo se enfrentaban. Era impresionante cómo prácticamente todo el pueblo estaba ahí. Incluso algunos tuvieron que sentarse en la parte más baja del cerro para alcanzar a ver.

El partido se celebraba con motivo de la fiesta regional. Don Vicente y don Filomeno, quienes en su tiempo fueron los mejores amigos pero un problema de faldas terminó con su amistad, organizaron el encuentro. Por supuesto, había tanto en juego que el rumor comenzó a propagarse por cada rincón de Acevedo, hasta contar con una convocatoria impresionante.

Y ahí estábamos todos, bien pendientes de cada detalle. Con la cancha a reventar, con el griterío de los presentes que a ratos se combinaba con el estruendo del río. Don Vicente y don Filomeno parados al filo de la cancha, y los dos equipos bien ubicados dentro del terreno de juego. En eso, Agustín Buenrostro, árbitro de confianza de Acevedo, pitó el arranque del partido y así comenzó la batalla.

El partido fue trabado desde el principio. Daba la impresión de que ninguno de los jugadores querían fallarle a su técnico, por lo que arriesgaban poco y más allá de buscar opciones a la ofensiva, trataban de no cometer errores que les pudieran costar el juego. Sin embargo, como siempre ocurre en esa clase de partidos, una jugada cambió el trámite del encuentro. Fue en un ataque de habilidad del “Tanque” López, mediocampista más bien de marca que de vez en cuando solía tirarse al frente con resultados casi siempre negativos. El caso es que López se animó y tras quitarse a tres rivales, sacó un fogonazo que reventó el travesaño y que mandó el balón tan arriba que superó la reja y fue a dar al río. Vicentito, nieto de don Vicente, intentó alcanzarlo pero su esfuerzo fue en vano, el balón ya estaba lo suficientemente lejos como para rescatarlo.

Por regla se establecía que cada equipo debía llevar un balón, por lo que el partido pudo continuar sin mayor problema, al menos hasta mediados del segundo tiempo, cuando el “Avión” Aceves le pegó tan mal al balón que lo mandó directito al río. Como era de esperarse, un silencio absoluto invadió la cancha. Nadie podía creer que por segunda ocasión en la tarde el balón se había perdido en el río. Contrariados, los jugadores preguntaron a los espectadores si alguien tenía un balón que les pudiera prestar. Y cuando parecía que nadie, un pequeño niño salió de entre el montón de gente y ofreció su pelota, ante la ovación de todos los presentes.

El partido se reanudó una vez más, sin embargo, una sensación de tensión se apoderó de todos. Pese a que hubo llegadas con cierto peligro, ambos porteros mantuvieron su marco en ceros y así llegaron los penales, sin que pudiéramos siquiera sospechar que pasaría lo que pasó,

Con la tensión a tope, don Vicente y don Filomeno se acercaron al medio campo y sin saludarse echaron el volado. Ganó don Vicente y su triunfo fue celebrado por una buena cantidad de aficionados. Buenrostro llamó a los porteros y los invitó a mantener una serie pacífica y limpia. Es decir, que no se movieran de la línea, de lo contrario, tendría que repetir el penal.

Los dos equipos acertaron sus primeros cuatro tiros, sin embargo, la situación cambió por completo a partir del quinto penal. El “Tanque” López, envalentonado por su repentino ataque de habilidad, tomó el balón y confiado sacó un zapatazo que fue directo a los puños del arquero. El balón, una vez más, salió disparado hacia el cielo, para luego pegar en la parte alta de la reja e irse de manera dramática hacia el río.

Consciente de que ahora sí no había otro balón, Buenrostro llamó a los técnicos y les sugirió que, dadas las circunstancias, el partido terminara en empate, opción que ambos desestimaron de inmediato. Entonces habló de lanzar un volado, idea con la cual tampoco estuvieron de acuerdo. Fue entonces que el árbitro propuso una alternativa que a todas luces era una locura. Se trataba de tirar el último penal sin balón, es decir, el cobrador pateaba una botella para un lado y si el portero adivinaba y se tiraba para el mismo lado, se consideraba penal atajado, por lo que habría que repetir el procedimiento hasta encontrar un ganador, si no adivinaba, era un penal anotado y el equipo de don Filomeno se llevaría el triunfo.

Todos vieron a Buenrostro como si estuviera loco, aunque a decir verdad comprendían que no tenían otra opción, así que al cabo de unos segundos dijeron que sí. El público miraba atónito, era extraño ver a Pedro Pérez, último tirador del equipo de don Filomeno, agarrar una botella y ponerla en el punto penal. El arquero, Ricardo Paredes, nieto del legendario “Paredón”, miraba concentrado la botella. El trato era que debía adivinar la dirección, no podía esperar, por lo que estaba decidido a tirarse a su derecha. En eso, vio como Pérez tomó carrera y justo al momento de aventarse, observó con pesar que el cobrador había disparado la botella justo hacia el otro lado.

El equipo de don Filomeno corrió a celebrar el triunfo con su técnico, ante el asombro absoluto de la gente, que no lograba comprender lo que había pasado en ese terreno de juego. Un gol fantasma, decían, contrariados, mientras emprendían la marcha.