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Relatos de futbol. José Ángel Rueda
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José Ángel Rueda

19, septiembre 2018 - 23:29

Relatos de futbol

Me acuerdo que veníamos quejándonos del sol. Y cómo no, decías, si el cielo estaba tan azul ese martes que no había ni una nube que diera un poco de sombra. Tú traías puesta la playera de Cruz Azul, por supuesto, y yo la del América. Habíamos quedado de pasar a comer unos tacos y de ahí nos iríamos al estadio Azteca para ver el partido de Copa.

Llegamos a la taquería como a la 1 de la tarde. Nos sentamos y pedimos cada uno nuestra orden. Entonces empezamos a hablar del partido, de las posibilidades que cada uno tenía de ganar, cuando de pronto se escuchó la alarma sísmica. De inmediato nos levantamos y te agarré fuerte para salir del local. Todo parecía normal, un simple sismo más, sin embargo, una vez afuera, sentimos un jalón poderoso que nos sacudió y por poco nos tira. A los gritos de la gente se le sumó el rugir de la tierra, y en pocos segundos el pánico se apoderó de la cuadra. Recuerdo que vi tus ojos paralizados cuando descubriste que el edificio de la esquina se movía de un lado para otro. Y del reflejo volteé y comprobé el horror yo mismo. Y en el movimiento infinito se formó un péndulo que de pronto no encontró resistencia, y se vino abajo dejando una polvareda que nos hizo correr a todos.

Una vez que la tierra dejó de moverse fue que comenzó el desastre. De a poco la ciudad fue recuperando su ruido, aunque no el ruido de una ciudad que se mueve, sino de una ciudad en shock. Del silencio absoluto se distinguía el sonido de las sirenas, que con el paso de los minutos se multiplicaba y llegaba como empujado por el viento. Recuerdo que te dije que te sentaras, que ya había pasado todo, que en seguida marcaba a la familia para verificar que las cosas estuvieran bien, pero las líneas telefónicas no servían.

Entonces te levantaste y me dijiste que teníamos que ayudar. Que en 1985 fue la gente la que levantó al país. Y yo me quedé sorprendido por tu fuerza, por tus ganas de hacer algo. Fue ahí que nos acercamos poco a poco al edificio de la esquina. Jamás había visto tanto caos en mi vida. Las piedras formaban una montaña gigantesca de la cual se asomaban montones de vigas retorcidas.

Todos nos quedamos unos minutos sin saber qué hacer, pero como si una fuerza interior nos moviera empezamos a remover una a una las piedras, a recolectar cubetas y lo que hiciera falta para apurar los rescates. Pero el tiempo pasaba, y la tarde soleada poco a poco iba cediendo, aunque no la esperanza.

Habíamos organizado una cadena humana con la cual íbamos removiendo los escombros. Los rescatistas que estaban en la parte de arriba daban movimientos sigilosos, conscientes de que cualquier error podía provocar una tragedia mayor. A ratos, después de atraer las miradas con silbidos, levantaban el puño en todo lo alto para pedir un silencio absoluto, entonces, cuando todo estaba callado, se agachaban y por pequeños resquicios gritaban para ver si alguien, adentro, alcanzaba a escuchar.

Fue así que encontramos a la primera sobreviviente. Una mujer como de unos 40 años llamada Claudia. Recuerdo la alegría del rescatista cuando alcanzó a escuchar un grito débil, pero suficiente para movilizarnos a todos. No fue fácil el rescate, los brigadistas subieron poco a poco con una camilla y después de un buen rato de mover los obstáculos lograron sacarla. Estaba cubierta de polvo, pero consciente de la situación. El aplauso fue unánime cuando la vimos bajar en la camilla, y era imposible contener las lágrimas por saber que entre tanto desastre aún había vida.

Es difícil expresar las emociones que uno siente ahí, porque de la alegría se pasa en apenas segundos a la tristeza y la frustración. Con la llegada de la noche parecía que los esfuerzos eran en vano. Daba la impresión de estar atrapado en una pesadilla. El puño en alto tenía tiempo sin dar resultados, aunque algo nos decía que allá adentro había gente esperando por nosotros, y que no podíamos fallarles.

Era emocionante ver la solidaridad de México. La ayuda llegaba por montones, cobijas, aguas, material para los primeros auxilios. Yo te veía a lo lejos ayudar en lo que podías, organizabas los víveres y de vez en cuando me volteabas a ver y me sonreías, como dándome ánimos para que no me rindiera.

Y te hice caso, no me rendí. Así que me acerqué un poco más, para ver si podía encontrar a alguien. Entonces, en una de ésas, cuando ya era muy noche y tenía que cuidarme de no ver de frente las enormes lámparas para no deslumbrarme, pasó algo que aún no puedo explicarme.

Justo cuando moví una piedra se desató un pequeño derrumbe que reacomodó brevemente la montaña de escombros. Todos nos quedamos paralizados, pendientes de que no se viniera abajo lo poco que quedaba del edificio. Entonces, junto con las pocas piedras que rodaban frenéticamente hacia el suelo, alcancé a ver un balón de futbol, sí, un balón rodando sobre las piedras como si alguien lo hubiera pateado desde el interior.

Yo no lo podía creer, pero estaba convencido de lo que había visto y de que ahí adentro había alguien con vida, entonces comencé a explicarles a los demás y ellos tampoco lo podían creer. Aunque es cierto que en ese momento lo único que nos quedaba eran la fe y las ganas. Así que comencé a chiflar para llamar la atención de la gente, respiré profundo y levanté el puño y escuché cómo poco a poco se fue formando un silencio profundísimo, luego grité con todas mis fuerzas preguntando si había alguien por ahí.

Y como si todo tuviera sentido de nuevo, a lo lejos alcancé a escuchar la voz de un niño. Completamente petrificado, pedí ayuda como pude y de inmediato comenzaron a llegar los demás rescatistas. El líder levantó nuevamente el puño y confirmó que sí, que había un niño llamado David, que tenía 8 años.

Con las esperanzas renovadas, los rescatistas comenzaron a remover los escombros cautelosamente. Alrededor del edificio se fue acumulando la gente que observaba con detalle cualquier movimiento. Después de unas horas, cuando la noche ya era profunda y unas gotas comenzaban a caer del cielo, ante una ovación que se escuchó hasta el cielo, por fin logramos rescatar con vida a David, quien traía puesta una playera de la Selección Mexicana y su short.